25 may 2010

Tíbet, en un abrir y cerrar de ojos

Monjes budistas en el templo del Dalai Lama en Dharamsala


Hace unos años, Richard Gere decidió hacer una donación para reformar la carretera que lleva hasta el domicilio particular del exiliado Dalai Lama, en Dharamsala. Ojalá pudiera decir que se nota. Lo que en realidad se nota –y durante las 13 horas de viaje en autobús desde Delhi- son los baches de las carreteras, a ratos de tierra, a ratos de cemento agrietado, a ratos estrechas, a ratos oscuras, y a muchos ratos de montaña.

Imposible dormir, pero cierro los ojos.

Los abro. Temperatura agradable en Mc Leod Ganj, a pocos kilómetros de Dharamsala. De fondo, la cordillera del Hilamaya con algunos picos nevados. El aire que se respira es… ¿cómo decirlo? Aire. Parece que la gente tiene más ganas de hablar que en Delhi.

Cierro los ojos. Duermo unas horas en una cama dura pero una cama, que además no cuesta más de un euro y medio la noche. Baño propio y vistas.

Abro los ojos. Mis compañeros de viaje y yo comemos en un restaurante tibetano. Algunos jóvenes, exiliados desde que tienen conciencia, se entretienen con el portátil de uno de ellos. Es un poco raro: de fondo suena música budista pero se mezcla con la que ellos ponen desde su ordenador, que suena a todo menos a Asia. “My hero” de Mariah Carey, entre muchas otras aberraciones. Hablo con Jemyal. Él hace sólo cuatro años que emigró a Dharamsala. Dice que no está “homesick” pero que él misses home. Le pregunto por qué se fue del Tibet. Me dice que por muchas razones… pero se nota cuál es la de peso, porque luego añade: “¿debo decirte por qué? ¿no eres periodista?”. Ya tengo su reacción. Me despido de su negra melena y sus ojos achinados. Y yo los cierro de nuevo.

Los abro. Me acuerdo que esta ciudad es la de la sede del gobierno tibetano en el exilio. Es verdad que no parece la India, pero tampoco se respira tensión, actividad, implicación. Y es que son más de 50 años. Hablo con un artista y profesor de una escuela tibetana en la ciudad. Dice que va por el mundo explicando su causa. Nos enseña fotos plastificadas. Están un poco sucias, pero seguro que es porque las ha enseñado mucho, y eso lo hace entrañable. Se le ve más joven en las imágenes. Le pregunto por la fecha de estas conferencias. Son de 2001, dice. Me pregunto si la situación de esta nación es reversible, después de tanto tiempo. Acabamos la conversación, se levanta y se va. Cojea de una pierna.

Cierro los ojos. Ahora en el bus de vuelta. Es peor que el de ida. Los baches hacen que bote y que mi trasero se despegue por completo del asiento, como en las montañas rusas. Imposible dormir, así que los abro. Hay un par de grupos de chavales jóvenes, que probablemente hayan acabado los exámenes y hayan pasado unos días de viaje. No callan. Hablan mucho, de todo, y muy alto. Es de noche y el conductor apaga las luces interiores del autobús y ellos deciden encender una linterna, que enfocan hacia el techo. Dos de ellos hacen figuritas de sombras con sus manos. Cuentan la historia de dos personajes: a uno no lo identifico y al segundo le ponen voz de oso pero emite ladridos. Cuando pasan del hindi al inglés, oigo la siguiente historia: uno le ofrece al otro una sesión de sexo, que rechaza porque no tiene preservativos. El otro emite un ladrido, le dice que es igual y se lanza sobre la otra sombra. Cuando acaban de hacer sus cosas, el bicho le dice al personaje no identificado que tiene el sida. Carcajadas durante un buen rato. Sabía que la adolescencia era dura, pero quiero pensar que en la India, con una notable tensión entre la tradición y la modernidad, quizá se acentúe algo más.

Decido cerrar los ojos con todas mis fuerzas y limitarme a pensar. El pueblo tibetano de Dharamsala, después de más de 50 años, es demasiado maduro. Me da la sensación de que le falta la fuerza y la improvisación de la juventud, y sus ganas. Pero estoy convencida de que las dejan ver, si hurgas un poco. Ni el turismo tanto de indios como –sobre todo- de extranjeros, ni los cursos de yoga y Reiki, ni el trekking deben hacer sombra a los carteles viejos colgados por las calles, la sede del partido nacionalista, sus jóvenes con carácter… que viajaron hasta el Himalaya y no precisamente por un viaje de final de curso. Estos sí tienen la pasión a flor de piel.


2 comentarios:

  1. Me da la sensación que la Nina periodista ha tenido los ojos más abiertos que nunca, incluso cuando los tenía cerrados. Es un gusto conocer ese mundo a través de esa mirada tan despierta. Un petó, Tramullas

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  2. Nina no sabia que escribias este pedazo de blog!
    Que teneis tu y mi hermano transmitiendo vuestras inquietudes cuando redactais un texto eh! jeje :)
    Le pasare el link de tu blog.
    Que sepas que te seguire leyendo
    Cuidate mucho
    Pau Mu;oz

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