31 mar 2010

Carta de denuncia

Todavía queda un largo camino por recorrer (Calcuta)



Acabar la jornada laboral en un comisaría a las afueras de Delhi fue, al principio, tenso; cuando ya se resolvió todo, una aventura; y durante todo el proceso, indignante. Con alguna licencia poética añadida, este es el relato de los hechos –que no la explicación, porque no la hay- incluido en la denuncia que presenté en la comisaría.

El conductor de la oficina y yo fuimos a un barrio donde creíamos que podíamos encontrar montañas del llamado e-waste, basura electrónica que se acumula a las afueras de las ciudades y para la que no existe una estructura organizada de reciclaje en la India (licencia de blog: sin mencionar que la India es un gran productor de tecnología y que, encima, importa este tipo de deshechos de países como Estados Unidos, que los envían en forma de material caritativo).

Aparecimos en una calle donde en tenderetes vendían piezas sueltas: carcasas de torres de ordenador, cables, móviles… Saco la cámara para tomar una imagen de la calle y el vendedor de una de las tiendas sale escopeteado a decirme que no, que no y que no. En inglés muy básico -para que me entienda- me identifico, le explico para quién trabajo y le digo –con muy buenas palabras- que tengo permiso del Gobierno. Sigue diciéndome que no y, renunciando a mi derecho a la información, opto por ser prudente y le digo al conductor que nos vayamos a otra zona, para cuando ya nos rodeaban con toda seguridad más de 150 personas. Todas gritándonos que no. Me cogen la cámara, el micrófono. Me empujan. Los recupero de un estirón y le vuelvo a decir al conductor que nos intentemos ir. Me mira y me dice que no puede. Lo agarran por los brazos y no le dejan ir. Intento hablar con el vendedor que ha montado el follón: “You tell me no Photo. Ok, no photo. So we go. What's the problem?”. Llama a la policía y nos dice que hasta que no vengan, no nos movemos de ahí. Estamos rodeados, y entre toda esta tensión, por la violencia, por la inseguridad, por no saber cómo resolver sin palabras el conflicto salido de la nada… cortocircuito: ¡Quien tendría que llamar a la policía soy yo!

Esperamos a que lleguen los dos agentes. Como era de esperar, no resuelven nada. No saben mediar. Además, actuar en este caso no les da dinero. Viene un niño con una pistola de agua de plástico, y, asombrosamente serio, se planta frente a uno de los agentes y le dispara; después se marcha tranquilo. Esta es la credibilidad y el respeto del cuerpo analfabeto. Mientras tanto, la secretaría de Efe, Shilpi, ya ha hablado por teléfono con varios energúmenos de las tiendas y con la policía durante horas. No acaban con el no problema ni tampoco me dejan ir. Ante esta situación tan inexplicable, que sin haber hecho nada y queriéndome retirar desde un principio no me dejan marchar y nos retienen durante varias horas, se planta Efe en el todoterreno de la policía de la embajada (un miembro del cuerpo de la Policía Nacional y otro del Centro Nacional de Inteligencia). Los tendederos, inquietos, ven que han liado un pollo considerable. Me ofrecen una botella de Sprite. Aunque ellos son mayoría, aquí las cosas se ganan a gritos, amenazas y mostrando una posición social superior. Se revierte la situación. Nos vamos y la policía de la embajada obliga a los policías indios a detener a los tres máximos responsables de la pelea.

En comisaría, escribimos esta queja, que no se formaliza porque no le da la gana al comisario jefe (que bosteza sin parar mientras le contamos lo sucedido). Como en el colegio, vienen los tres detenidos y nos piden perdón. Así se solucionan las cosas… para que la policía pueda extorsionar en el futuro a estos vendedores, amenazándoles con formalizar nuestra queja en denuncia, poniendo un sello a nuestro papel. A todo esto y ya casi por curiosidad, pedimos al cuerpo que nos deje volver al lugar y que nos ofrezca protección policial. Obviamente, eso no ocurre.

Las conclusiones son muchas: una democracia en la que sus ciudadanos no conocen los derechos y libertades; un cuerpo policial de risa, inefectivo, del que no se puede esperar nada; instinto animal de supervivencia: me quieren quitar la tienda, mi único medio de subsistencia, y reacciono atacando; inseguridad ciudadana; prevalencia del sistema de castas y de posiciones sociales; con prudencia no estás a salvo de los conflictos; bochorno por no poder resolver una situación sin poder físico; y mis brazos quemados por haber estado expuesta demasiadas horas al sol.

25 mar 2010

Resignación dilatada

Puesto de comida en Haridwar


¿Cómo puedo culparle? A ver, no lo negaré, es un fastidio. Sobre todo porque ya me había organizado la tarde (salir de trabajar a las 18 horas, ir al mercado a comprar un par de cosas, caminar hasta mi apartamento y preparar la bolsa para el fin de semana en Calcuta). Pero es que la pregunta es, ¿tenía él algún motivo para no hacerlo? Además, me tendría que haber dado cuenta. Cuando le hice una señal para que parara a un lado del camino, tendría que haberme percatado de que no pestañeaba, de que le ofrecí un precio muy bajo y no rechistó, ni si quiera contestó; de que conducía con los ojos fijos en la carretera, pero en realidad sin recorrerla, sólo vagueando en el infinito; de que su mirada estaba totalmente perdida aunque condujera en la dirección correcta; de que aunque no cerraba los ojos su pecho casi estaba apoyado el manillar; de que no se inmutaba ante la descarga de humo de un autobús justo a su lado, ni tampoco de la nube de polvo que levantó al arrancar; de que sus movimientos eran mecánicos, borrachos, drogados… No le culpo, ni si quiera lo he hecho después de que se quedara grogui en el atasco y tuviera que darle palmadas en la cara para despertarlo del estado de trance, ni tampoco después de ponerle el dinero en el bolsillo de la camisa, mojada por el agua que le echó alguno de los conductores que se acercaron al ver este triciclo mal parado, quien sabe si por opio, mariguana o bang. No ha sido indignación lo que me ha llevado hasta casa, más bien resignación. ¿Cómo podría culparle?

18 mar 2010

De pronto, los armarios no pueden esperar al orden


Interior del fuerte de Agra



Siempre me pasa lo mismo. Cuando me obligo a escribir, no me salen las palabras. Aplazo mis deberes. Alargo la espera hasta cumplir con la obligación con pasatiempos absurdos, cosas que nunca haría si no fueran la excusa para driblar una tarea pendiente. Lo más incomprensible es que son cosas impuestas por mí. En teoría, el hecho de que uno mismo escoja qué hacer y qué no, y cuándo, debería proporcionar relajación. Pero esta libertad se vuelve en angustia, siempre, en los instantes previos a saciar mi compromiso con una cruz en el calendario. La cama deshecha y yo sentada frente al portátil. A menudo echo de menos la imaginación y las ideas desordenadas, contradictorias y provocativas de la adolescencia, que me llevaban a escribir textos sin sentido pero con una sonoridad ingeniosa. Pues bien, parece que sólo alimento esta imaginación en los instantes previos a la realización de la tarea, porque se me ocurren mil y una cosas que poder hacer antes que enfrentarme a la pantalla, a mis capacidades. Temo que mi estabilidad emocional haya ido en detrimento de las ideas. La cama desecha, yo sentada frente al portátil, suena una canción cantada con voz rasgada, el ventilador levantando revistas y papeles, también sobre la cama; la taza de té vacía, se me han acabado las cosas de picar –pienso-, las bocinas de la calle a lo lejos, y me da la sensación de que me pesan las gafas, como si estuvieran hechas de plomo y las hubiera llevado durante días.

Después de unos minutos, creo que ya he superado esa angustia del pre- algo. Ya he roto el hielo. Le he perdido el respeto al teclado, a mis críticas y a las de los demás. Es el momento de cumplir con mi obligación, engañándome a mí misma y haciéndome creer que no estoy haciendo una tarea sino dejándome llevar. Ahora es una locura premeditada (con la taza llena, algo de picar, y el volumen de la música bajado al mínimo nivel).

17 mar 2010

This is India (y 2, esperemos)


Mayawati, de nuevo (AFP)



No me lo puedo creer... This is India, part 2.
Para superar la polémica, Mayawati ha vuelto hoy a hacer una aparición pública con una nueva boa en otro mítin, para decir a la India que aún la puede tener más larga -la guirnalda, no la... vergüenza, digamos vergüenza-.

No me vale lo de que es un regalo. No me vale. Y menos siendo una gobernante, una representante de la ciudadanía.
Qué horror, qué mal gusto. Encima refrenda su 'savoir faire'. Regocijándose, con otra guirnaldita de la que le ha hecho entrega el partido. Aunque bueno, no sé qué se puede esperar de alguien que, por norma, va por ahí aceptando regalos cuyo presupuesto viene de ir recolectando rupia por rupia de los bolsillos vacíos de Uttar.

¿Pero quién se cree que es? Y ya, fuera de abstracciones y volviendo al mundo real, ¿quién se cree que la vota?


16 mar 2010

This is India


Mayawati durante el mítin (Foto de PTI)


Esta guirnalda es más asquerosa que la boa que parece. Quien lo lleva es Mayawati, la principal líder política de los dalit, conocidos como ‘intocables’ dentro del sistema de castas indio y marginados hasta el punto de que la gente evitaba el contacto con sus sombras, antaño. Mayawati, que gobierna la mayor región del país -Uttar-, presidió ayer un mítin para celebrar los 25 años de su partido, el Bahujan Samaj Party. No se le ocurrió mejor manera de hacerlo que salir a saludar a la minoría a la que representa –pobres, despreciados, maltratados- con una guirnalda de varios metros de largo hecha con billetes de 1.000 rupias (unos 16 euros). Qué falta de elegancia… lo peor es que su escena con el gusano ha obligado a suspender la sesión parlamentaria india en dos ocasiones debido al enfado de decenas de diputados de la región, que pedían debatir el asunto pese a que no estaba en el orden del día.

La líder ‘intocable’, imputada por la desaparición de 44 millones -en este caso no de rupias, sino de dólares- en un proyecto de infraestructuras, centra sus discursos en la "justicia social". Y eso es todo. This is India.


10 mar 2010

Con qué alegría...


Cerca de las fuentes del Ganges


He acabado “Semillas mágicas”, escrita por el premio Nobel de Literatura V.S Naipul, sobre un movimiento de liberación de la India. El tormento interior de su protagonista, Willie, se me hizo insoportable las primeras 200 páginas. Soporífero. Sentía la angustia del personaje, embaucado por el activismo como salida a una vida sin motivación, implicación, ni compromiso social.

En sus momentos de lucidez, Willie se da cuenta de que está amarrado a una causa perdida, que además no es la suya. Llega a esta conclusión al advertir que mató a personas inocentes y no le suscitó inquietud moral hasta meses después de su acción.

Las últimas 100 páginas, en cambio, se centran más en ridiculizar a otro personaje. Y aunque nadie quiera el mal para los demás, la sensación es de alivio.

Ahora toca la “La ciudad de la alegría”, de Dominique Lapierre, que tratará sobre una barriada de Calcuta. Parece que son relatos duros pero que transmiten confianza en el ser humano. No como “Semillas mágicas”.

Aunque el libro de Lapierre me lo compré con ilusión, las primeras páginas me han decepcionado mucho. Creo que la culpa es de la edición tan horrenda con la que me he hecho. Hay que decir que no me gasté ni 200 rupias en él, pero claro, es que los billetes a Calcuta para dentro de un par de semanas, también comprados con ilusión, me han costado bastante más. Total: 525 páginas en un papel feísimo, cuya mancha está borrosa y la tipografía es enana. Ni una página de cortesía entre portada y el inicio del texto… que para colmo no es inicio de la novela, sino carta del autor que empieza con un “Dear reader” bastante pretencioso, y que acaba haciéndote saber los millones de dólares que ha destinado a proyectos humanitarios. Después de las medallas –ya juzgaré si merecidas o no cuando consiga acabar este montón de hojas encoladas-, vienen titulares de la prensa internacional alabando la obra. Y, para colmo, cuando llegas al final de la página habiendo leído cosas como “made me cry”, “must be read by millions”, “joyous journalism” o “great lessons of resilience and dignity”, hay un pie que te indica que no ha sido suficiente –“more…”- para que continúes asombrándote en las siguiente seis páginas -¡seis!-.

Después de esto, no he podido evitar cotillear y saltar al epílogo de la página 498, donde el autor expone que las condiciones de vida de los habitantes de la Ciudad de la Alegría han mejorado de forma evidente desde su relato de los hechos. Y por no mnecionar la nota del autor antes del inicio de la novela, ni, por supuesto, la del final: “When I left it –Calcutta- two years later with some twenty pads full of notes and hundreds of hours of tape, I knew I had the material for the best book of my career”.

Pues cuando pensaba que el cachondeo no podía ser mayor, me he encontrado con un apéndice que señala en 18 puntos los proyectos impulsados por el altruista escritor para combatir la pobreza en iniciados en Calcuta y en el delta del Ganges. Y, no siendo suficiente, se adjunta una entrevista de 10 páginas a Dominique Lapierre sobre su último libro “A thousand suns” –seguro respuestas de lo más improvisadas y sinceras-. La verdad es que, en este punto, ya me ha sorprendido de que sólo fueran dos las páginas de agradecimientos.

Creo que han sido las menos de 200 rupias mejor invertidas porque muy poco dinero ha suscitado una gran reacción en mí, ¡y eso que todavía no he empezado la novela! Igual habría sido mejor idea ver la película…

7 mar 2010

Cielos míos



Atardecer desde la terracita de mi piso en Delhi. Aquí ya es domingo, pero espero que los convocantes controlen con el GMT.

6 mar 2010

Con los ojos tan abiertos no se ve nada

Conductor de Delhi a Rishikesh


Este país requiere energía. No se puede salir de casa con legañas en los ojos porque, si no, se te come dormido. Estos últimos días, no obstante, he notado que la dosis extra de concentración parece que sólo la requieren los extranjeros. Aquí van tres situaciones que apoyan mi teoría:


1) La ida en tren a Haridwar se vio impedida por una serie de imprevistos a las 5 de la mañana (imprevistos que aquí vienen de serie), así que coche y conductor pareció ser la mejor solución. Lo que tenía que ser un viaje apacible se convirtió en una tortura para mis cervicales, que acusaron la tensión de las seis horas que duró. A la media hora de viaje dijimos al conductor si podía parar en un baño occidental. Al cabo de cinco minutos, vimos que tomaba un desvío a la izquierda y se metía por un camino de tierra. Después de un cuarto de hora, paró en medio del camino, nos abrió la puerta del coche y nos señaló el campo al lado derecho del camino a la vez que confirmó entre risas nuestra petición: “western bathroom”. Qué cachondo. El caso es que lo que pensábamos que era un desvío para ir al baño, era, en realidad, la vía que nos acompañaría las horas siguientes. Juro que ese camino no tenía más de seis metros de ancho, por supuesto nada de arcén, agua a un lado, un bosque en pendiente descendente al otro, y todas las irregularidades habidas y por haber para impedir un carretera lisa… pero eso no impedía que el carro con paja tirado por un mulo fuera adelantado por una moto, que a la vez era adelantada por un triciclo, éste por nuestro coche, y el nuestro por un todo terreno... y mientras, de cara, venía un camión… Mucha tensión. No obstante, al cabo de horas, acabé relajándome, más que nada por el cansancio que acumulé con los ojos tan abiertos y el “ai al cor” a flor de piel. Lo que me hizo volver a poner la mirada en el camino fue que nuestro conductor dejó de pitar. El silencio de su bocina interrumpió la estabilidad del ruido. Puse los ojos en el conductor y estaba dormido. Como pude, me abalancé sobre el volante mientras le pegaba un chillido y le decía que parase el coche. Los cinco segundos que pasaron entre la instrucción y finalmente el motor parado se me hicieron eternos. Unos minutos de aire fresco después, y todos ya recuperados, reprendimos el viaje. No sin un par más de caídas de cabeza del conductor, llegamos a Rishikesh, donde el prodigio del volante nos explicó que llevaba cuatro días durmiendo una hora cada noche, porque tenía que trabajar… entre risas nos dijo: "Boss… jewelery". queriendo decir que su jefe estaba forrado y que él, en cambio, se tenía que ganar su comisión… Lo dijo tranquilo, como si eso no le quitara el sueño.


2) "Sleeper class" en tren de vuelta de Haridwar a Delhi. Ocho literas en cada uno de los compartimentos abiertos. De 00:40 a 05:30. Ambiente cargado. No había quién pegara ojo. Un sij de dos por dos que roncaba de forma exagerada en la litera de abajo. El revisor que encendía y apagaba la luz cada dos por tres. Vigila la mochila. El traca-traca del tren. La ruidosa parada en la estaciones… De nuevo, indios dormidos, extranjeros con insomnio.


3) Un día después, ya en Delhi, cogí un rickshaw de la parte vieja al trabajo. En un semáforo (los pocos que hay aquí duran varios minutos), el conductor se quedó dormido apoyado en el manillar. Al ponerse verde, desperté al ‘bhaisab’ y proseguimos el viaje, no sin mi atenta mirada a través de su retrovisor, para controlar con qué velocidad caían sus párpados.


*Aviso: el relato está basado en hechos reales. Sólo un detalle ha sido alterado con el objetivo de crear una narración uniforme. Se trata de la parte en la que yo no duermo nada en la litera del tren. Dormí. Y la mar de a gusto. Debe ser que ya no necesito estar tan atenta, que ya no soy ni tanto de fuera ni tan poco de aquí.