19 feb 2010

Pantone

Conductor de Rickshaw en Old Delhi


He salido del trabajo. Después de deambular en busca de un rickshaw, he encontrado uno y me he subido. Le he pedido al conductor que me llevara a los cines de Saket y me ha propuesto cobrar120 rupias. Le he dicho que ni hablar. Pero estaba muy cabezón y yo cansada y con prisas, así que he terminado accediendo a 100 rupias. Cinco minutos después, durante el trayecto y mientras enviaba un mensaje por el móvil, el conductor ha frenado de golpe y yo he subido la mirada para ver qué pasaba. Me he encontrado un panorama que me ha cogido de imprevisto. La inercia me ha hecho salir del rickshaw y preguntar, con voz temblorosa, qué había pasado. Había una multitud en medio de un cruce, al lado de un mercado, todos gritando, que se han lanzado sobre el vehículo en el que iba. Me han pedido que les dejara subir. No entendía nada. Entonces, entre los grises de la noche, se ha asomado un hombre de rojo, luego una mujer de rojo, así hasta cinco personas. Creo que nunca había visto tanta sangre y tan de cerca. Grises, rojos, y yo, blanquísima. Mientras han conseguido embarcar a los heridos y a sus acompañantes que sollozaban, un hombre ha respondido mi pregunta: “fight…”. Me he quedado impactada por el lío y las consecuencias que ha tenido una simple “fight…”. Venía de la redacción, donde el ambiente había sido de continuo goteo de datos de dos grandes atentados en Pakistán, que al final se convirtió en uno enorme. Me ha impactado que, además de la violencia puntual de atentados, la vida diaria sea ya de por sí una jungla, con una puesta en escena similar a los ataques.

Cuando ha pasado otro rickshaw por allí, me he subido y, antes de que arrancara, un policía se ha asegurado de que el conductor pusiera en marcha el taxímetro (que nadie utiliza porque los precios se pactan). Sabía que el trayecto me saldría más barato con taxímetro que pagando las 100 rupias prometidas al anterior conductor. Aún así, después de dejar al policía a diez metros por detrás nuestro, le he dicho al conductor: Saket, 100 rupies. Supongo que me he negado a aceptar que aquí el recorrido suele interrumpirse.

16 feb 2010

Dorado




Fui a una boda india de la que no encuentro el titular, ni el lead, ni la idea. Diga lo que diga, se va a quedar muy por debajo de la experiencia que tuve. Fue llegar al recinto y empezar a alucinar. Así que vomitaré aquella noche a tropezones para que percibáis su esencia.

Luces de colores, carpas, fachadas con la silueta del Taj Mahal. Más de mil personas. Restaurantes temáticos. Un escenario con un altar dorado y tronos para los novios. Música tradicional. Música moderna. Una grúa con la cámara de vídeo. Pantallas gigantes con retransmisión en directo. Muchas joyas doradas. Llegada del novio en carroza tirada por caballos, custodiado por toda su familia y amigos que bailan en un desfile con músicos, lámparas, niños que llevan las lámparas, y fuegos artificiales y petardos (que causan incidentes y alteran a hombres que hacen asomar sus pistolas). Una plataforma elevada, redonda y giratoria sobre la que los novios saludan a una marea de invitados, agolpados a su alrededor unos metros por debajo, mientras un cañón dispara pétalos de flores, creando una cortina roja mientras sube el volumen de la música. Durante muchas horas, los invitados forman línea para hacerse una foto junto a los novios, sentados en el escenario. Dulces típicos. Vueltas al fuego. Robo de zapatos y posterior negociación y venta. La familia de la novia llora su marcha. Pero ya la advirtieron el día anterior, en el sanjeed, cantando canciones sobre la familia política y los insultos que tendrá que soportar de la suegra. Sofás, luces de neón.

Muy kitsch, un kitsch a lo grande. Acaramelado hasta el extremo. Hasta las 6 horas. Pero tengo que reconocer que, a momentos, fue muy emocionante. Una mezcla entre una caída libre y un cuento de hadas. Como una princesa rosa y cursi cantando una canción indie, triste y bonita. Por ejemplo, Sweet disposition de The temper trap.

8 feb 2010

No le pongas diques al mar

Puesto de pescado en Old Delhi



Solía y suelo pensar que hay una mecánica para controlar el sueño. Mejor dicho, para controlar lo que no soñar. El mecanismo es tan sencillo como repasar lo negativo que has vivido y pensado durante todo el día, justo antes de ir a dormir. En la cama, estirada, cerraba los ojos y pensaba una contestación rencorosa, una ilusión frustrada, una mala noticia… Todo tenía lugar en mi almohada. De este modo, evitaba que mi inconsciente se apoderara de pensamientos que no habían tenido tiempo para la reflexión. Y no fallaba. El día que omitía la revisión de acontecimientos previa al sueño, algo se colaba. Cualquier pequeño detalle, sin importancia, era susceptible de ser carne de sueño. Y claro, un contratiempo magnificado durante unas cuantas horas de sueño me daba pereza, porque me hacía despertar de mal humor sin tener verdaderos motivos. Así que el repaso de lo malo tenía sentido, funcionaba, y me hacía esperar una mañana relajada.

En Delhi, este repaso ha cambiado. Ya no hago esfuerzos por hurgar en los pequeños detalles. Para empezar, porque no son pequeños y porque no necesito hacer esfuerzos. Y, sobre todo, porque han dejado de tener carácter personal. Ahora, antes de dormir, me imagino una pirámide de clases sociales, enfermedades con cura pero sin remedio, muñones que piden, la imagen de tres accidentes de tráfico impresionantes en un mismo día, niños jugando por la arena de las obras de la ciudad y arrastrando herramientas de hierro que son más grandes que ellos, bodas pactadas en la preadolescencia, corrupción y tasas que no se cuestionan, sonrisas que no se arrugan porque aceptan el destino de los dioses y bocas que no protestan porque en la próxima vida llegará la hora de hablar…

Miento. La revisión de las vivencias aquí sí que tiene algo de carácter personal. Porque después de una secuencia tan larga, sólo se me pasa por la cabeza cómo poder hacer bien mi trabajo, cómo poder contar todo esto de la mejor manera y que, a la vez, no lo vete la línea de Internacional para evitar llenar de chorradas el hilo de noticias.

Y es así como fantaseo y acabo trabajando con cosas divertidas como historias de amor entre elefantes, el primer festival de Miss Transexual de la India, y Bollywood... A seguir soñando.

2 feb 2010

Forastero...

Mercado frente a la Jama Masjid


Desde aquello, estoy helada. A todas horas los prejuzgo. Es automático: me hablan y lanzo una mirada escéptica, recojo la barbilla, frunzo el ceño, levanto una ceja y dejo hablar mientras insulto por dentro. Lo siento. Pero es que algo me dice que aquello no fue un caso aislado. Me he atrevido a extrapolar un caso a todo el país, la democracia más grande del mundo… Se me revuelve el estómago.

En resumidas cuentas, se me revuelve el estómago con las noches de fiesta de los indios ricos. No supero lo de los sombreros de cowboy y las gafas de sol en discotecas de tres plantas. Indias con minifaldas y escotes, mientras que, en la calle, llevan sarees, telas de 9 metros. Indias con minifaldas y escotes que abren la boca mirando hacia arriba mientras hombres en camisas ceñidísimas les dan de beber directamente de la botella de champagne. Hombres a los que parece que vayan a saltar los botones de sus camisas y vayan a caer, justamente, al escote de las reinas de la fiesta, entre lametón y lametón. No hay prisa, el chófer está acostumbrado a esperar abajo hasta que sale el sol. No les culpo por ser ricos, sino por su actitud de desprecio a todo lo que no son Rolex y Moet. Y entre tanto descaro, hombres con camisas ceñidas y indias con minifalda y escote se te acercan, te ríen las gracias y sacan tema de conversación. No habría nada malo en eso si quisieran tu amistad, pero es que resulta que sólo eres un complemento de su atuendo, parte de su coartada para aparentar.

Un país tan pobre no lo dejará de ser evitando un par de noches de fiesta con barra libre. Pero tengo la amarga sensación de que los ricos riegan las chabolas con los restos del alcohol de anoche.