24 ene 2010

Un sentido común

Mercado en la entrada a la Jama Masjid, la mezquita más grande de Delhi


Primera hora de la tarde. El trabajo era grabar la vida de los sin techo en invierno. La segunda parte de la historia, la razón de ser del vídeo, pretendía mostrar el horror de los cientos de miles de mendigos de Delhi cuando cae la noche y bajan las temperaturas. Tomamos imágenes de noche en las medianas de las ‘carreteras’, en las calles, en los parques, en una esquina, debajo de puentes. Frustrante, aunque sólo era la misma estampa que de día pero sin luz y con frío. Decidimos acercarnos a un centro de acogida del barrio de Nizzamudin. Era, simplemente, un edificio en ruinas que el gobierno delhí se ha visto obligado a poner en uso para acoger a los sin techo que quepan. No podíamos llegar en coche, eran caminos de tierra estrechos. Andamos, pisamos de todo. Me fijé en una fuente de agua y mi mirada se encontró con una rata. Preguntamos dónde está exactamente el centro. ¿Seguro que queréis ir?, ¿no habéis encontrado mejor momento?, nos responden.

Subimos dos pisos por unas escaleras. En los rellanos, hombres tumbados que no parecían querer conciliar el sueño. Llegamos al segundo piso y una verja separaba el rellano de una gran sala gris. Una enorme verja del suelo al techo. Tras ella, cientos de hombres y niños estirados, cubiertos con una manta. Como el juego del Tetris pero jugando sólo con la figura rectangular, demasiado delgada, demasiado fácil de encajar.

Me invadieron montones de sensaciones impulsivas y equívocas que se iban atropellando: perdón por existir, nudo en la garganta, lástima, lástima que se convierte en miedo, el corazón a mil, no quiero molestar, qué pensáis de vuestra situación, cuán repulsiva o admirada soy para vosotros…

Mientras, mi cabeza percibió que mi compañera india estaba hablando con un responsable del centro y, de nuevo mi cabeza -que no mi corazón-, me obligó a grabar algunas imágenes de la sala bajo la mirada atenta de algunos ojos que se molestaron en destaparse.

Una vez tuve las imágenes, me reuní con mi compañera que, a dos metros de mí, se encontraba rodeada por un grupo de hombres, lamentablemente en todos los estados: vigilia, sueño, ebrio, descomposición… Me acerqué al grupo. Ella escuchaba las réplicas de algunos mendigos en silencio pero con la mirada fija en su interlocutor. Yo no entendía nada, sólo veía manos que señalaban, gesticulaban con rabia, tonos de voz altos para ser la hora de dormir. Y, poco a poco, los ojos de mi acompañante, (la que me daba seguridad, la que sabía hindi, la que guiaría en el coche al volver como lo hizo a la ida…) comenzaron a brillar.

Después de unos minutos, la impotencia de los hombres empezó a ser efervescencia y empezaron a moverse mantas del suelo a medida que se iban despertando otros mendigos. Llegó el momento de actuar, asumiendo el papel de pánfila y superficial que a menudo dan por hecho en los occidentales. Aproveché el silencio de un sin techo bastante borracho (por lo que deduzco que no era un silencio sino el paso previo a la siguiente palabra), y di las buenas noches a todos agradeciéndoles su atención con una sonrisa mientras cogía a mi compañera para marcharnos.

Cuando caminábamos hacia el coche, respiramos hondo pero no hablamos. Después de unos minutos, salió todo. Mi compañera me dijo que había sido impresionante. Analizamos nuestro comportamiento allí y llegamos a la conclusión de que lo hicimos perfectamente y que nos marchamos en el momento oportuno. “Hay muchos occidentales que vienen aquí y se piensan que es seguro”, me comentó. Me dijo que era la primera extranjera con sentido del miedo y que era capaz de percibir el peligro de Delhi. Se ve que el mito de la India espiritual hace perder la conciencia a más de uno y hace que se olvide la sociedad pobre, clasista, irrespetuosa y tremendamente machista que es en general.

Le pedí que me tradujera todo lo que le habían dicho los mendigos con los que estuvo hablando. Y entonces fue a mí a la que le brillaron los ojos.


3 comentarios:

  1. No se que comentar, quizá lo mas sensato sea un "gracias".

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  2. A mí también me han brillado los ojos leyéndolo. Gracias.

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  3. Nina, qué cojones le echaste, me alegro de leer que sabes tenerle respeto a aquello. No sé si es voyeurismo occidental despreciable o qué, pero me gustaría mucho ver el reportaje, tiene que ser impresionante ¿Sabes cómo podría?

    Un beso con sensación de culpa por tener la calefacción a toda hostia en una oficina en el centro neurálico de la Unión Europeda.

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